Después de la relativa calma de la etapa escolar, la adolescencia llega como un periodo de turbulencia y agitación.
Los cambios físicos de la pubertad se dan junto con variaciones intensas en el carácter y comportamiento del niño. Si bien cada adolescente es único y posee una responsabilidad e intereses propios, existen características comunes en el desarrollo que conviene considerar para comprender mejor a nuestro hijo.
El adolescente vive un proceso de inestabilidad emocional. Debe dejar atrás el terreno conocido, seguro y protegido de la niñez para aventurarse a la tarea de convertirse en adulto. Por un lado, teme y se resiste a abandonar la tranquilidad del mundo infantil y, por otro, tiene urgencia de asumir su libertad, decidir por sí mismo y elegir su futuro. Sabe que ya no es un niño, y a la vez le cuesta trabajo reconocer que aún carece de madurez necesaria para hacerse cargo de su vida.
El adolescente vive una crisis de independencia.
Ya no tolera ser tratado como pequeño; no quiere acompañarnos a las reuniones de la familia; no le gusta que le recordemos sus tareas pendientes o le hagamos notar su desorden; no soporta que lo despertemos en la mañana o lo mandemos a acostar por la noche. “No” es una palabra muy presente en su ánimo y en su vocabulario. Nuestras observaciones son recibidas muchas veces con un gesto de fastidio, piensa que no lo comprendemos y cualquier ayuda (cuando no es solicitada por él) se considera una intromisión que nos convierte en enemigos. La necesidad de autonomía lleva al adolescente a intentar resolver problemas por su cuenta, aunque al enfrentarse a dificultades que lo superan o lo confunden, se ve obligado a aceptar su escasa experiencia y a retroceder para pedir ayuda. Sentirse incapaz e inadecuado puede hacerlo perder la confianza, y su frustración con frecuencia se expresa por medio de conductas explosivas: cambios bruscos de humor, enojos, lágrimas o intolerancia. Estas conductas, por irritantes o incómodas que nos resulten, son adecuadas en la etapa de desarrollo que vive nuestro hijo. La rebeldía contra la autoridad y lo establecido en una manera de aprender y crecer; de pasar de la dependencia infantil a la autonomía de un adulto; es parte del camino del adolescente hacia su plena madurez e identidad.
La tarea principal del adolescente es la búsqueda de su identidad.
El adolescente tiene que descubrir quién es. Aún no tiene claro qué quiere ser, pero sí qué no quiere ser. Los padres ya no somos sus principales modelos, en este momento nos considera anticuados y duda de nuestra sabiduría y capacidad. Las costumbres y reglas familiares, aceptadas durante años, son puestas en tela de juicio. Desobedece y se rebela para paladear el sabor a libertad, traspasa límites que antes eran intocables e incluso a veces se expone a graves peligros. Nuestro hijo ya no puede (ni debe) reproducir automáticamente lo que le hemos enseñado. Tiene que desafiarnos para encontrar su posición y pensamiento personal; necesita discutir y poner a prueba nuestras ideas para desarrollar sus propios puntos de vista; requiere crear desacuerdos para encontrar sus valores. Tiene que alejarse de nosotros para necesitarnos menos.
Al adolescente le es imprescindible relacionarse e identificarse con muchachos y muchachas de su edad y con otros adultos ajenos a la familia.
Los amigos del adolescente son sus compañeros de crecimiento, de aventuras y de desgracias; juntos inventan sus propias reglas, sus códigos y sus anhelos, juntos construyen una solidaridad que puede convertirse en verdadera amistad. Ser rechazado por sus amigos o excluido del grupo puede ser una de las experiencias más perturbadoras para él. El adolescente busca ante todo pertenecer y ser aceptado. Se preocupa constantemente por la forma en que lo ven los demás y la compara con el concepto que tienen de sí mismo. Las dudas ante su imagen lo hacen mostrarse sumamente tímido e inseguro algunas veces, y otras arrogantes, confinado y provocador. El adolescente se debate entre el deseo de ser igual a los demás compañeros y la necesidad de diferenciarse y encontrar su propio yo, su identidad personal.
Ésta es la edad más conflictiva y contradictoria, pero también la más prometedora.
La adolescencia es un momento de estar centrado en sí mismo, de ser egoísta, intolerante, exigente y calculador, pero también es un tiempo de generosidad y entrega, de esfuerzo y de pasión. Es una etapa en la que se cree firmemente en la posibilidad de realizar los sueños y nos enamoramos por primera vez. La adolescencia es una fase crucial para el desarrollo del niño, y para los padres, una estupenda oportunidad de redescubrir a nuestro hijo y encontrarnos con él de otra manera; de aprender a ser flexibles y pacientes, de renunciar a la batalla por el poder, de reconsiderar y revisar nuestro estilo de ejercer la autoridad; de mantener abierta la comunicación sin inmiscuirnos en sus asuntos. Es el tiempo de cultivar una relación para toda la vida.