Todos los seres humanos, niños y adultos, tenemos necesidades que debemos satisfacer para sentirnos bien.
Estas necesidades no son lujos o caprichos sino aspectos indispensables para vivir como personas sanas y felices. Las necesidades requieren ser satisfechas para librarnos de enfermedades y desequilibrios emocionales, y también para avanzar hacia nuestra realización plena.
Existen dos clases de necesidades: básicas y de autorrealización.
Las necesidades básicas se experimentan como algo que nos hace falta vivir; las necesidades de autorrealización, como un deseo de crecimiento y desarrollo.
Las necesidades básicas puedes fisiológicas (nutrirnos, descansar, hacer ejercicio, cuidar nuestra salud) y emocionales (ocupar un lugar en la familia, pertenecer a un grupo, tener amigos, amar y sentirnos queridos, comunicarnos, considerarnos valiosos, tener el reconocimiento y respeto de otras personas.
Cuando hemos resuelto adecuadamente las necesidades básicas, nos sentimos motivados para desarrollar nuestras capacidades y talentos, para cumplir nuestra vocación y ser solidarios con otros. Experimentamos deseos de divertirnos, disfrutar nuestro trabajo, darnos tiempo para aprender lo que nos interesa, hacer planes para el futuro y encontrar sentido a nuestra vida.
Es indispensable satisfacer por igual ambas clases de necesidades.
Aunque, por lo general, las necesidades básicas requieren ser resueltas con más urgencia, las necesidades de autorrealización no pueden ignorarse si queremos una vida sana y completa. La persona que satisface estas necesidades suele disfrutar mucho más la vida. Esto es muy claro en los niños. Para ellos es tan importante comer como jugar y aprender.
Para un niño, el desarrollo es un proceso excitante, atractivo y emocionante.
Los niños sanos y seguros disfrutan el crecimiento, se sienten contentos si adquieren nuevas habilidades y cuando expresan sus fuerzas y talentos. Hay en ellos un deseo de crecer, de “ser grandes”, de dejar atrás lo que ya dominan para medirse con nuevos retos.
Los padres debemos dedicar gran parte de nuestro tiempo, energía y recursos en favor de nuestros hijos.
En la etapa escolar, los niños todavía no son autosuficientes para atenderse a sí mismos y obtener todo lo que requieren. Su desarrollo depende de que estemos pendientes de su bienestar.
Para cuidar bien a nuestros hijos, tenemos que estar bien nosotros.
Tener una vida sana, equilibrada y estimulante es un beneficio muy grande que repercute en nuestros hijos.
Aunque en ocasiones pareciera que las exigencias cotidianas nos impiden satisfacer nuestras necesidades para ayudar a los demás tenemos que ayudarnos también a nosotros. Nadie puede dar lo que no tiene.
Si descuidamos nuestras necesidades, vamos acumulando molestias, resentimientos y frustraciones.
Al renunciar a la propia satisfacción y alegría, corremos el riesgo de enfermarnos o agotarnos, de sentirnos frustrados, decaídos, de mal humor, enojados o violentos; de perder energía y capacidad de pensar y actuar correctamente. Y en este estado podemos lastimar a nuestros hijos de muchas maneras. Además, si les resolvemos todo, los niños pueden volverse dependientes y egoístas.
El sacrificio no siempre es una virtud.
Si queremos que nuestros hijos aprendan a resolver sus necesidades vitales y a respetar las de los demás, no hay que desatender las nuestras.
Todos los miembros de la familia, chicos y grandes, hombres y mujeres, deben ocuparse de sí mismos, del cuidado de la casa y de apoyar a los demás.
El mejor regalo que los padres podemos dar a nuestros hijos, además del amor y el cuidado, es el ejemplo de una persona independiente, satisfecha, alegre y feliz; una persona que se siente útil, que disfruta la vida y es buena amiga de sí misma.