Todos los seres humanos, desde el nacimiento, necesitamos cuidados especiales.

Tenemos que comer, dormir, mantenernos limpios. Igual de importante es recibir cariño, atención, consuelo y caricias. Los niños necesitan que sus padres les hablemos, los toquemos, los tomemos en brazos y juguemos con ellos.

Los padres hemos de dedicar gran parte de nuestro tiempo, energía y recursos en favor de nuestros hijos. Su desarrollo depende de que estemos comprometidos con su bienestar.

 

Para cuidar a nuestros hijos, debemos atendernos también a nosotros.

Todos tenemos necesidades que no podemos ni debemos descuidar. Los adultos somos los responsables de nuestra propia felicidad y crecimiento. Nadie más puede hacerlo por nosotros. Si los padres aplazamos o renunciamos a nuestra propia alegría y a nuestro desarrollo, perdemos energía y capacidades para apoyar a nuestros hijos y darles felicidad.

 

Al descuidar nuestras necesidades, vamos acumulando un sentimiento de molestia y resentimiento.

Los padres frustrados sueles estar cansados, de mal humor, enojados y violentos. En ese estado podemos lastimar a los hijos de muchas maneras. El sacrificio no siempre es una virtud. Es necesario recapacitar sobre nuestras necesidades, buscar formas que nos ayuden a satisfacerlas, darles un orden de importancia, definir cuáles debemos cumplir ahora y cuáles pueden esperar para ser satisfechas más adelante.

 

Es parte de la convivencia humana expresar y atender necesidades propias, poner límites a los demás y pedirles su ayuda.

Así, enseñamos a los hijos a hacer lo mismo y a reconocer que todos somos importantes.

Cuando los niños se sienten comprendidos y tomados en cuenta por sus padres, y ven a sus padres cuidarse a sí mismos, aprenden a respetar sus propias necesidades y las de los demás.

 

El mejor regalo que podemos dar a nuestros hijos es estar contentos, descansados y satisfechos, sentirnos útiles, disfrutar la vida, ser buenos amigos de nosotros mismos.

Al respetar las necesidades, espacios, tiempos e intereses, tanto nuestros como de nuestros hijos, creamos armonía entre todos y contribuimos con ellos al desarrollo de cada miembro de la familia. Aprender a pedir y dar afecto y cuidarnos es un proceso que se vive cada día y dura toda la vida.