La pubertad es un proceso que se inicia cuando el cuerpo de la niña o el niño empieza a generar ciertas hormonas.
Esas hormonas provocan cambios fisiológicos en los órganos genitales y hacen aparecer las características sexuales secundarias. Los varones “dan el estirón” y desarrollan mayor fuerza física. Sus órganos sexuales aumentan de volumen, crece la barba y el vello púbico, comienza el cambio de voz. Incluso su rostro se modifica: se hace más anguloso y va perdiendo su aspecto infantil. Debido al exagerado crecimiento de sus extremidades, muchos niños se vuelven torpes, se tropiezan, tiran, rompen, y algunos sufren dolores en brazos y piernas. Las niñas también aumentan de peso y estatura. Sus caderas se ensanchan, se forman los senos y aparece el vello púbico. El cabello y la piel de los niños y niñas se vuelven grasoso, y es frecuente que brote el acné, esos granitos que se convertirán en una de sus mayores preocupaciones. Aunque la edad en que se presenta la pubertad es variable, en las mujeres suele iniciarse entre los nueve y los trece años, y en los hombres entre los doce y los quince.
En la pubertad, el cuerpo del niño tiene que consumir gran parte de sus reservas en crecer, por lo que no tiene energía disponible para otras actividades.
Un niño de doce o trece años necesita dormir más que uno de nueve o diez. Para los padres puede ser molesto que nuestro hijo se quede en la cama los fines de semana más horas que el resto de la familia. Si entendemos que no lo hace por “flojera” sino por las exigencias normales de su cuerpo, nos será más fácil permitirle descansar y recuperarse. Sin embargo, cuando el muchacho duerme durante el día y deja de participar en actividades con la familia o con los amigos, es necesario observarlo con cuidado para asegurarnos de que no está sufriendo una depresión. Otro aspecto importante que debemos atender en la pubertad es la dieta. Si el niño o la niña no comen adecuadamente durante este periodo pueden originarse serios trastornos a su salud. Una ventaneas que suelen gozar de buen apetito, sobre todo cuando comen contentos y en la compañía agradable de su familia y, algunas veces, de sus amigos.
Las transformaciones fisiológicas de la pubertad son el primer reto de adaptación al que ha de hacer frente nuestro hijo para pasar a la adolescencia.
Acostumbrado a varios años de estabilidad y equilibrio, el niño se enfrenta de pronto a una nueva apariencia y, luego, a fenómenos físicos desconcertantes y a nuevos y extraños deseos que surgen sin previo aviso. Se considera que ha llegado a la adolescencia cuando en las mujeres aparece la menstruación y en los varones los “sueños húmedos” o eyaculaciones nocturnas. Si los chicos o chicas no saben o no entienden qué les está pasando, pueden preocuparse ante las modificaciones en su cuerpo: “¿Tendré alguna enfermedad?””¿Será normal?””¿Me atreveré a discutirlo con alguien?” Algunos de estos miedos forman parte del proceso de crecimiento, pero muchos otros son innecesarios. Pueden evitarse si el niño recibe una información adecuada y tiene cerca adultos comprensivos que acompañen sus sentimientos de inseguridad y confusión.
Los cambios físicos acelerados producen en el adolescente una imagen personal cambiante, inestable y muchas veces negativa.
El chico necesita realizar un doble esfuerzo: familiarizarse con su nueva imagen y aceptarse a sí mismo. En esta tarea se siente inseguro, no puede dejar de observarse y de compararse con sus compañeros. Su falta de confianza se incrementa cuando el niño experimenta la pubertad mucho más temprano o mucho más tarde que la mayoría de sus amigos.
El varón acepta con más facilidad ser el primero en crecer que ser el último.
Ser más alto y más fuerte le da confianza y un mejor nivel de autoestima. Sin embargo, pueden tener problemas si le exigimos comportamientos propios de una edad que todavía no alcanza, pues es incapaz de cumplir con ellos: la madurez de su cuerpo no siempre corresponde al desarrollo de su mente y sus emociones. En cambio, el niño que tarda en desarrollarse se beneficia de una niñez más prolongada, pero le resulta difícil seguir el paso a sus compañeros y acompañarlos en las primeras aventuras de la adolescencia. El chico se siente en desventaja y tiende a retirarse, o bien el mismo grupo se encarga de aislarlo.
Las niñas, por el contrario, se sienten alarmados y avergonzadas de las transformaciones de su cuerpo.
En las mujeres, la maduración temprana suele producir inseguridad. Es común que las niñas traten de esconder los senos y de parecer menos altas, pues aún no están preparadas para manejar la presión sexual y social que, a partir de su desarrollo físico, reciben del entorno. Las niñas que maduran más tarde ya han adquirido mayor seguridad; sin embargo, cuando la pubertad tarda mucho tiempo en aparecer, también se sienten excluidas de su grupo de amigas.
Para el adolescente es fundamental el apoyo y la compañía de sus padres en el abandono de la niñez
Los padres tenemos la responsabilidad de dar información completa y oportuna a nuestro hijo o hija acerca de la pubertad y la adolescencia, y advierte el amplio rango que existe en el desarrollo normal para que no se preocupe o se sienta anormal si empieza antes o después que sus compañeros. Hemos de comprender que en este momento los niños son especialmente sensibles a cualquier tipo de observación relacionada con su aspecto físico. La adolescencia es una época en que el niño necesita aceptación y aprecio para fortalecer su autoestima y la confianza en sí mismo. El respeto, cercanía y cariño ayudarán a nuestro hijo o hija a asimilar y a aceptar el proceso de transformación de su cuerpo. Tal vez, hasta sea capaz de disfrutarlo.